Empezar a tocar la guitarra es como sembrar una semilla, que poco a poco germina con el paso del tiempo. Nuestra práctica constante podríamos decir que es el agua, el sol, la tierra y el abono que se necesita para crecer.
No podemos pedirle a esa semilla que lentamente brota que se haga árbol, porque como todo en la vida hay un crecimiento natural de las cosas, y tratar de hacerlo va en contra de ese mismo principio del crecer, del llegar a ser, del alcanzar.
En la constancia paciente y humilde de nuestra práctica radica la esencia de nuestro crecimiento y del éxito de nuestras metas. La buena práctica hace al árbol, hace al maestro que palpita en cada uno de nosotros.
Debemos tener la alegría de tocar lo que podemos tocar en nuestro presente que es siempre. No sufrir porque no tocamos la pieza que toda la vida hemos añorado interpretar porque aún no estamos capacitados para. La añoranza debe ser un estimulo para crecer y alimento de la fe por llegar a ser cada vez un poco mejor, cada vez un poco más árbol.
La constancia inteligente en nuestras tareas nos da la certeza de que crecemos aunque no lo percibamos, de que en algún momento, cercano o lejano lograremos alcanzar domar la guitarra, y llegar sin darnos cuenta de un momento a otro a ser árbol.
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